La vecina, 3ª parte

Poco le importó a la mujer que alguien hubiese ido hasta la puerta de su casa a manifestarse ante tanto alboroto. Con la misma jamás se imaginó que las intenciones fueran las de callarle la boca.

Pasaban los días y más de lo mismo. Otra noche me harté, me levanté de la cama, abrí una gaveta del escritorio, cogí un folio, un bolígrafo, y con el cabreo del momento le escribí una nota. Me gustaría acordarme de mis palabras exactas pero va a ser que no, aunque venía a decir algo así: “hola vecina, la verdad es que no me importa nada a lo que se dedique usted en su casa y mis felicitaciones por el goce y disfrute que tiene cada noche, pero por favor, ¿podría bajar el volumen? No necesito oír sus orgasmos ni los de la persona que le acompaña, hay gente que quiere dormir. Gracias”.

Me puse las zapatillas, subí hasta su piso, le metí la nota por debajo de su puerta, le toqué el timbre y me largué, no me iba a quedar para ver si me abría porque la experiencia anterior no fue un éxito.

¿Y cuál fue el resultado de este experimento? Que los niñatos que llevaban dentro tanto ella como él salieron en escena. Consistió en lo siguiente: al cabo de unos minutos, cuando yo ya había llegado de nuevo a mi cama, empezaron el 4º acto de la obra ‘por mis cojones te haré caso’. Se pusieron a gritar orgásmicamente (adrede, claro) a todo pulmón, a reírse a carcajada limpia, a usar monosílabos jadeantes, a invocar a los dioses y a dar pisotones en el suelo. Es decir, a causar más ruido que nunca para joder.

Yo ya no sabía qué hacer, me cagué en ellos, esperé a que pararan el show y finalmente me pude dormir.

Continuará…